
Sierra Grande | En una esquina del barrio Villa Hiparsa, donde la necesidad convive a diario con la esperanza, un grupo de mujeres transforma ingredientes sencillos en gestos de amor. Fabiana Sosa, colaboradora del comedor comunitario de la Junta Vecinal, abre las puertas de esta red solidaria que, a fuerza de donaciones y compromiso, brinda alimento y contención a más de 40 niños del barrio.
“Estoy bien, acá ayudando a los chicos”, dijo Fabiana con una sonrisa cansada pero firme. Aunque se define como “poco cocinera”, se convierte cada día en una pieza fundamental del engranaje comunitario que sostiene este espacio vital. Las verdaderas cocineras, como las llama ella, son mujeres del barrio que, entre charlas, ollas y cucharones, hacen magia.
El viernes, los protagonistas fueron unos ñoquis especiales: “No sabés lo que salieron esos ñoquis”, cuenta entusiasmada. Sin papas, como dicta la receta tradicional, pero con harina leudante donada. “Es la primera vez que los hacemos así, teníamos miedo, pero quedaron livianitos y riquísimos”. La receta, compartida por una mamá del barrio, surgió como una alternativa más económica, ante la imposibilidad de comprar bolsas de papas para tantos chicos.

Actualmente, el comedor funciona los lunes, miércoles y viernes. La copa de leche, que Fabiana coordina, debió mudarse a los sábados por cuestiones laborales, pero no se interrumpe: “Los chicos lo necesitan”, afirmó con convicción.
El comedor, que alimenta a unos 43 niños, se sostiene exclusivamente con donaciones: vecinos, comerciantes, empresas anónimas y gente del Valle que cada quince días manda mercadería. “Gracias a Dios siempre hay alguien que ayuda, que te llama y te dice ‘te dono esto’”, relató Fabiana. Con creatividad y esfuerzo, logran estirar cada aporte. “Una empresa de Madryn nos dona 220 mil pesos, no es mucho, pero lo tiramos como chicle”.
La realidad en Villa Hiparsa, sin embargo, no ha cambiado en los últimos tres años. “Los papás siguen sin trabajo, sin estudios completos, sin recursos. La mayoría vive del changueo”, explicó. Ella no sólo da de comer, también escucha, acompaña, y pasa su número de teléfono a las familias que necesitan desde un cuaderno hasta un par de zapatillas.
En medio de todo, también hay lugar para celebrar. Están organizando la tradicional búsqueda del huevo de Pascua, con donaciones que ya llegaron, y siguen embelleciendo el espacio que sienten propio. “Estamos pintando el comedor con los chicos, van a hacer manchitas de colores como de vaca, para darle alegría”, cuenta. Esa participación activa de los niños no es menor: “Así ayudan a cuidar su lugar”.
La historia del comedor de Villa Hiparsa es una de esas que reconcilian con lo humano. En un contexto donde la carencia es moneda corriente, este grupo de mujeres demuestra que la solidaridad también se cocina, se amasa y se comparte.
“Dentro de las cosas feas, siempre hay cosas lindas. Y eso es lo que valoramos”, concluyó Fabiana, con la voz cargada de esa emoción que solo surge cuando se hace el bien, aun en medio de la adversidad.