Por: Dra. Mariana C. Gorella Slavin
Matrícula Nro. 2625
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Como ya hemos dicho en entregas anteriores, cuando hablamos de ansiedad, estamos diciendo que aquello que la causa es una emoción: el miedo. La ansiedad es una respuesta normal, tanto del cuerpo como de la mente, al ponerse en estado de alerta ante algo que percibe como peligroso y de allí que la situación (real o imaginada) cause miedo.
La respuesta más común ante el miedo es la huida. También el ataque, pero generalmente, cuando nos encontramos ante una situación que nos despierta ansiedad, tendemos a tratar de huir de ello. ¿La razón? El instinto de protección nos impulsa a alejarnos de aquello que puede ser potencialmente peligroso, por lo que tanto animales como seres humanos, tratamos de evitar o de alejarnos del peligro como una forma de preservarnos.
Ahora bien: querer huir de un asalto, de un perro furioso que nos quiere atacar, de una casa en llamas o durante un sismo, son situaciones obvias de las que tenemos que alejarnos. Pero ¿Y si queremos huir de un avión al que tenemos que subir para hacer un viaje de vacaciones, o de cruzar un puente, viajar en auto por la ruta, hablar en público ante un grupo de personas o conversar con alguien al que tenemos mucho respeto? ¿Y qué decir si pensamos en la enfermedad propia o de un familiar muy amado, o de la misma muerte? ¿Cómo huimos de todas estas situaciones que son parte de la vida misma?
Si te das cuenta, todas las escenas que mencionamos antes forman parte de la vida y cualquier persona puede tener que pasar por alguna de ellas en algún momento. Hablar, viajar, enfermar, experimentar la fuerza de la naturaleza, morir… todo es parte de la vida. Pero si el miedo que nos provoca cualquiera o todas estas situaciones es muy intenso, estamos en problemas. Es allí donde el mecanismo instintivo nos lleva a querer evitarlos o huir para no sentir ansiedad.
El costo por dejar que el miedo nos domine es muy alto. El resultado suele ser que terminemos posponiendo o evitando aún aquellas cosas que nos satisfacen, nos gustan y hasta nos apasionan, ya que enfrentar el miedo relacionado con eso nos paraliza y nos hace perder la satisfacción de vivir. Recuerdo a una paciente hace muchos años, profesora de francés y cuyo mayor sueño era conocer París, sin embargo, nunca se decidía a viajar porque la paralizaba la idea de estar encerrada muchas horas adentro de un avión.
Mucha gente deja de viajar por miedo a subir a un avión o a sufrir un accidente en la ruta, muchas personas pierden oportunidades maravillosas de desarrollo personal por miedo a la exposición pública, otras viven paralizadas por miedo a morir, cuando sabemos que la muerte es parte de la vida y es totalmente inevitable, el miedo a un accidente o una enfermedad hace que sobreprotejan a un hijo impidiendo su desarrollo normal. Al final, por temor a esos miedos innecesarios, la mayoría de ellos imaginarios, terminan mirando pasar la vida ante sus ojos en la búsqueda frenética de una vida segura y estable que nunca logran.
¿Qué o quién nos hizo creer que vivir NO ES estar expuestos a situaciones de riesgo? ¿Quién nos enseñó que debemos temer a la muerte, como si fuera algo antinatural? ¿Acaso existe un seguro para no sufrir? ¿Quién nos dijo (y le creímos) que vivir es estar siempre felices, sanos, jóvenes, fuertes por siempre?
Todo esto es un gran mito de la cultura actual que nos hace vivir con miedo a todo aquello que es inherente a la vida misma y el resultado es una sociedad crónicamente enferma de miedo a todo. Debemos entender que la vida implica riesgos, dolor y perdidas. Eso no significa que no podamos disfrutarla ya que vivir conlleva ambas caras de la moneda: tristeza-felicidad, dolor- alivio, salud- enfermedad, ganancia- pérdida.
Entendamos esto. Hay que animarse a enfrentar los propios miedos, tal y como enseñamos a nuestros hijos e hijas a enfrentar los monstruos imaginarios que se encuentran debajo de sus camas, sabiendo que sólo existen en sus mentes infantiles. Los adultos estamos llenos de monstruos que también existen sólo en nuestras mentes, pero para destronarlos, sólo hay un camino: enfrentarlos, vivirlos, transitar aquello que nos atemoriza para darnos cuenta que no había nada “debajo de la cama”.
Evitar, procrastinar, huir, negar… cuando te descubras a vos mismo/a en esta actitud que te impide progresar, luchar por algo que querés o cuando necesites hacer un cambio y no podés, es porque seguramente hay un miedo al que no estas enfrentando. No te dejes vencer. Enfrentar la vida con valor, tal y como se presenta, es uno de los grandes secretos de la salud mental.
Y para finalizar, les dejo una frase para reflexionar:
“HAZLO; y si te da miedo, hazlo con miedo, pero hazlo” (Autor desconocido)
Hasta la próxima!